Durante varias décadas, el vino sudafricano fue el primo lejano un poco rústico de los grandes nombres del Viejo Mundo, hasta que jóvenes viticultores decidieron darle una identidad, con la esperanza de seducir a los principales conocedores del planeta


Esos vinos, apreciados por Napoleón Bonaparte, Charles Darwin y el rey de Prusia Federico el Grande, producidos en el extremo sur del continente africano por colonos holandeses, en un clima comparable al del Mediterráneo, tuvieron sus horas de gloria en los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, ese apogeo fue seguido por una brutal regresión, debido a las enfermedades de los viñedos, las guerras y las crisis históricas. Hasta la época del apartheid (1948-1994) y del embargo internacional sobre todas las exportaciones de Sudáfrica. Muchos de los productores locales, ubicados tierra adentro en El Cabo, se concentraron en el mercado interno, que les pedía vinos baratos y ordinarios. Perdieron el contacto con las técnicas y los gustos que continuaban evolucionando en el resto del mundo. Con la llegada de la democracia en 1994, algunos viñedos trataron de producir vinos de calidad. Pero en su mayoría eran "duros, tánicos, ácidos y astringentes", según Mark Kent, de un viñedo que es muy respetado en la actualidad, Boekenhoustskloof. Sudáfrica se encontró atrasada, mirando de lejos a los otros productores del "nuevo mundo" -Australia, Argentina, Chile, Nueva Zelanda y Estados Unidos- que se llevaban todas las recompensas e inundaban los mercados. "La calidad del viñedo a principios de los años 1990 no era del nivel que hubiéramos deseado", admitió Christo Deyzel, sommelier en el restaurante Camphor's, del dominio de Vergelegen. Cuando derrotaron a los virus que afectaban la calidad de las uvas, cuando las viejas viñas enfermas fueron arrancadas y reemplazadas por cepas sanas, las exportaciones se reanudaron y comenzaron a llegar capitales nuevos. Los viticultores, que vivían con la idea de que cualquier hacienda podía producir todos los tipos de vino superior, descubrieron entonces que, por el contrario, había que plantar las cepas adecuadas en los lugares correctos. Eso fue hace 20 años. Actualmente, los productores están cosechando los frutos de sus buenas decisiones. Chris y Suzaan Alheit, instalados en la región del Cabo occidental, en el valle de Hemel en Aarde (Paraíso terrestre en afrikaans) barrida por los vientos, trabajan para producir un vino de excelente calidad. "Lo que necesita Sudáfrica, lo que comenzamos a hacer ahora, es tener una identidad", dijo Chris. Durante mucho tiempo, los viticultores pensaron que el "pinotage" (combinación de Pinot Noir y Hermitage), creado en Sudáfrica en los años 1920, sería suficiente para lograr ese objetivo. En efecto, esa cepa local ofrece el afrutado profundo de un Pinot. Sin embargo, los críticos le reprochan sus vaharadas de caucho quemado. "Había sido mal plantado y mal preparado", aseguró Chris, quien prefiere ir más lejos en la historia del viñoble sudafricano para encontrar cepas verdaderamente africanizadas, como el Chenin. "El Chenin se encuentra en Sudáfrica aproximadamente desde 1656, es decir 80 años antes del primer rastro escrito de la presencia del Cabernet Sauvignon en el Médoc", dijo orgullosamente. "Allí tenemos variedades de vinos de El Cabo realmente auténticos". Chris espera que el Chenin --plantado también en el Loira, pero poco conocido en otras regiones-- permitirá que Sudáfrica sea célebre por su producción, como sucedió con el Malbec en Argentina
De Agencia