Hace años, la bebida alcohólica más abundante en las estanterías de las cafeterías españolas era el coñac; para se más exactos, el brandy, ya que coñac sólo podía llamarse al elaborado en la región francesa de ese nombre, y de ésos había pocos
El brandy era la copa por excelencia en los tiempos en los que la sobremesa constaba de café, copa y puro. Hoy, perseguidos los fumadores y limitada la ingesta de alcohol, sólo queda el café... por ahora. El hecho es que el brandy fue sustituido, años después, en plena bonanza económica, por el whisky. Escocés, a poder ser... aunque el más vendido fuera, cómo no, uno nacional. Hoy entra uno en una cafetería y las botellas dominantes son las de ginebra. En aquellos tiempos del brandy se veían apenas un par de marcas nacionales y otras dos o tres foráneas, de las que la más prestigiosa era la Gordon's. Hoy hay docenas de etiquetas, de botellas de diseño, de ginebras aromatizadas... ¿El motivo? Pues que el gin tonic se ha convertido en el rey de la sobremesa y, sobre todo, el rey de la noche: ha barrido del mapa a los demás combinados, incluyendo al que parecía más sagrado, el cuba libre. Curioso. Al fin y al cabo, el gin tonic no deja de ser un producto más que nada boticario. En las farmacias se ha dominado siempre el arte de la mezclas. Cuando se elaboraban en la rebotica fórmulas magistrales, si se trataba de jarabes se intentaba que su sabor fuera, a poder ser, agradable o, por lo menos soportable. Y solía conseguirse, usando multitud de ingredientes, entre ellos vinos de Jerez o de Málaga. Pues el gin tonic, en el fondo, es la derivación de un fármaco usado contra la malaria o paludismo. Durante muchos años, el único remedio conocido era la corteza del árbol de la quina, concretamente uno de sus componentes: la quinina. Ese árbol, americano de origen, fue llevado por los ingleses y holandeses a sus colonias asiáticas. Un día, a la empresa fundada por el suizo J.J. Schweppe se le ocurrió añadir quinina a su agua carbonatada. Nacía así el agua tónica, que los ingleses de la India, en tiempos coloniales, tomaban como prevención del paludismo. Sucedía que la quinina es una cosa muy amarga (es uno de los ingredientes básicos de la amarguísima angostura, que se usa gota a gota en coctelería), así que había que neutralizar ese amargor. ¿Cómo? Pues echando mano de la bebida nacional inglesa: la ginebra. El gin, digamos, para distinguirlo de la versión holandesa. Así que empezaron a combinar agua tónica y ginebra... y hasta hoy. La verdad es que ahora el agua tónica apenas contiene trazas de quinina, y es muchísimo menos amarga; pero a ver quién le quita a estas alturas la ginebra. De modo que proliferan las marcas de ginebra, y hasta las de agua tónica. Los aficionados exigen una u otra, y aromatizan su copa con una gran variedad de sustancias, desde la clásica corteza de limón a las rodajas de pepino (cohombro). A veces, más que una copa, el gin tonic parece una ensalada o una macedonia de frutas. Hoy se tiende a rebajar mucho la cantidad de gin que se pone. Mucho hielo (cuanto más hielo, más tarde en aguarse), agua tónica y apenas un golpe de una ginebra de calidad, lo justo para "cortar" la tónica. Menos alcohol, en una palabra,mejor. Pero el hecho es que, de momento (estas cosas van por ciclos), el gin tonic se ha hecho con el trono de las bebidas largas, de los tragos nocturnos. Una buena manera, en todo caso, de tragar quina.