En el extremo austral del país, el estado brasileño de Rio Grande do Sul posee un paisaje dominado por la sinuosidad de sus serranías, casi siempre invadidas de bosques que crecen gracias al clima húmedo de la región. Conocidas como Sierras Gaúchas, nombre que remite a una zona donde la cultura gaucha es sello distintivo que traza una relación muy íntima con la forma de vida de los llanos del Uruguay y de la Argentina


El mate, los caballos, los facones, los ponchos y las boleadoras son parte de la tradición de Rio Grande do Sul.
En esta geografía de sierras verdes se levantan numerosas extensiones de viñedos que conforman la mayor región vitivinícola de todo el Brasil, una zona de enorme fertilidad en la que se producen más del 70 por ciento de los vinos del país.
“Es una tierra muy rica, que posee excelentes bodegas y que se estructura principalmente en un área de 80 kilómetros cuadrados que rodea a Bento Gonçalves, una ciudad que es conocida popularmente como la capital brasileña del vino”, señala Mariana Milani, asesora del área de Promoción de la Secretaría de Turismo de Rio Grande do Sul. 
Y agrega: “Bento Gonçalves se ha transformado en los últimos años en un importante núcleo enoturístico en torno al cual se ha creado un enorme entramado de caminos que permite no sólo recorrer campos de uvas sino también disfrutar de paisaje de gran encanto natural”.
Bento Gonçalves está ubicada en el corazón de la región serrana y posee casi 150 mil habitantes. A la entrada de la ciudad, un enorme tonel de casi 18 metros de altura da la bienvenida a los visitantes como un símbolo inequívoco de lo que representa el vino para esta zona.
Ese singular monumento, que aparece invariablemente en todas las postales de Bento Gonçalves, abre las puertas a una urbe que funciona como punto de partida de la llamada Ruta del Vino, un mosaico turístico que recorre una tierra en donde resultan omnipresentes las huellas de la inmigración italiana llegada al sur de Brasil a finales del siglo XIX.
Fueron precisamente esos inmigrantes quienes trajeron a esta región la cultura del vino, debido a que encontraron aquí un clima semejante al de sus lugares de origen, que favorecía la instalación de viñedos. 
Arribados principalmente de las regiones de la Lombardía y el Véneto, los italianos comenzaron a elaborar sus propios vinos a partir de parrales pequeños que sostenidos con soportes de madera se extendían en las cercanías de las casas, muchas veces abasteciendo apenas al consumo familiar.
La mayoría de esos pequeños viñedos familiares desaparecieron, pero la herencia de los tiempos de la producción de vinos de los primeros italianos está reflejada, en la actualidad, en el cultivo de algunas cepas que introdujeron aquellos inmigrantes como son la Lorena, la Borgoña, la Tercy, la Isabel o la Peverella.
Más allá de la elaboración de vinos elaborados con varietales originalmente introducidos por la inmigración italiana, la principal producción vitivinícola en Rio Grande do Sul está dada por el Cabernet Sauvignon, el Merlot, el Tannat o el Syrah. 
“Tenemos numerosos vinos que ya cuentan con un gran reconocimiento tanto a nivel local como internacional. Nuestro Merlot es un vino especialmente suave y refinado, que ya está representando con mucho éxito a la vitivinicultura brasileña en todo el mundo. Y lo mismo pasa con el Cabernet Sauvignon, que tiene una densidad y una estructura comparable con los mejores vinos de Burdeos”, añade la anfitriona.
Como eje de la región, Bento Gonçalves es el punto de partida para la Ruta del Vino. Desde allí inician los rumbos enoturísticos que recorren la geografía de viñedos de Rio Grande do Sul. 
En la Ruta del Vino hay varios recorridos excelentes, pero dos se destacan por sobre el resto, son los llamados Ruta del Valle de los Viñedos y Ruta de Pinto Bandeira. Ambos recorridos se pueden hacer de forma tradicional en automóviles con permanentes paradas en las bodegas de la región, pero también son ideales para hacer en bicicletas. Para ello hay marcados senderos por los que sólo es posible andar en dos ruedas, que se internan en los viñedos.
Las sierras, las laderas repletas de viñedos y el olor inconfundible de la uva son características salientes de estas rutas, en las que siempre es recomendable parar a tomar una buena copa de vino.
Andar en bicicleta y tomar una copa en el camino es una combinación estupenda que en la región se enriquece al visitar la tradicional Hostería de la Colombina, una vieja casa de la época de la inmigración que funciona como una cantina italiana y en la que sirven todo tipo de platos bien italianos hasta que el estómago dice basta. 
En la mesa se sirven polentas, sopas de capeletis, ensaladas de todo tipo y decenas de diversos quesos. Todo, acompañado de un vino Isabel, la especialidad de la casa que redunda en una experiencia increíble.
Mientras que la Ruta del Valle de los Viñedos es más atractiva por las bodegas que orilla, la Ruta de Pinto Bandeira es la más interesante desde el punto de vista paisajístico. Se trata de un camino en el que hay de todo. Sube y baja permanentemente por las sierras, lo que supone una exigencia mayor para quienes hacen el recorrido en bicicleta. Hay paisajes muy lindos para disfrutar, especialmente en el valle del río Das Antas.
Sobre ese río hay un viejo puente de hierro que lo cruza y en el que todo el mundo se detiene a sacarse fotos y a tratar de buscar en las orillas algún tapir, de los que suelen andar refrescándose por ahí, principalmente bien temprano en la mañana o al final de las tarde. 
Una leyenda dice que esos tapires son el alma reencarnada de los viejos italianos que llegaron a Rio Grande do Sul en el final del siglo 19. Almas de antiguos viñateros que no quisieron irse de la tierra de sierras fértiles a la que alguna vez llegaron para quedarse por siempre.